
Ramón Armando Ponce Núñez: el querido reportero gráfico de Tegucigalpa
Su compromiso con la imagen que contaba una historia era inquebrantable, no existían límites ni excusas para lograrlo

ICONOS Mag
Texto Maria Cartagena
15 octubre, 2025
Tegucigalpa. Ramón Armando Ponce Núñez, un caballero que trascendió en la industria de la fotografía para convertirse en un reportero gráfico destacado y admirado en Tegucigalpa.


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Click aquí: Carlos Zúñiga Figueroa, fotógrafo, litógrafo, pintor y hasta mentor del pincel
Nació el 6 de agosto de 1951 en una familia trabajadora y humilde. Heredó de su padre el negocio familiar: la reparadora de calzado automática la cual se ubicaba en el parque central de Tegucigalpa. Lugar donde conectó con la sociedad capitalina y su pasión por las fotos.
En la década de los noventas enfrenta su talento y empieza a laborar en el diario La Tribuna. Demuestra su icónica manera de trabajar en múltiples frentes. Desde la farándula y la publicidad hasta las páginas de sociales y la producción de revistas Cheque, Teguztqla, In y Chic fueron testigo de la calidad de Ramón Ponce.
Además, su labor en la creación de fascículos de historia y cultura que el diario publicó fue fundamental. Quienes tuvieron el privilegio de trabajar con él lo recuerdan unánimemente como todo un caballero, un hombre educado a la antigua, amable, profundamente respetuoso y solidario.



En lo laboral era exigente, pilar de excelencia y compañerismo. La trayectoria de Ramón en el diario fue notable por su versatilidad y compromiso absoluto. En cada tarea realizada su desempeño es descrito con la palabra: excepcional. Su trabajo es sustento de la ética y responsabilidad.
Lo que elevaba el trabajo de Ramón a una categoría única era su capacidad para conectar con las personas. Para él una fotografía no era solo un encuadre, era una oportunidad para entablar una relación.
Se convertía en amigo de quienes fotografiaba y gracias a su trato afable y respetuoso le permitía aconsejarles con genuino interés, la cual ahora marca una huella imborrable en la sociedad capitalina.


Su visión impactó al sector empresarial donde ejecutivos y colaboradores aún recuerdan sus recomendaciones sobre cómo una buena fotografía puede potenciar las virtudes de sus productos.
Su compromiso con la imagen que contaba una historia era inquebrantable. No existían límites ni excusas. Su ingenio y audacia para lograr la toma perfecta son legendarios.


Compañeros de trabajo recuerdan anécdotas memorables en torno a su trabajo:
«En una ocasión andábamos en unas montañas intangibles en vehículo. Recopilábamos información sobre energía renovable. Se subió en la cuchara de una excavadora y ahí subió aquel cerro para lograr una fotografía de portada»
«Estábamos en el despacho del entonces presidente del Congreso Nacional, Juan Orlando Hernández, quien llegó vestido de saco y corbata. Recuerdo que Ramón le dijo: ¿Quiere ser presidente? Debe mostrar una imagen más de pueblo, más cercana a la gente, quítese ese saco y esa corbata, arremánguese las mangas de la camisa y hagamos fotos más casuales»
Expresan que Juan Orlando lo hizo y nunca lo olvidó y dónde lo veía lo saludaba con gran aprecio, al igual que las primeras damas, a quienes les hablaba de etiqueta y buenas poses.

En el ambiente laboral Ramón cultivó una familia. Más que un compañero era un amigo leal, un consejero siempre atento a las necesidades de los demás, un paño de lágrimas y una mano extendida en momentos de necesidad.
Su calidez se extendía a todas las esferas. Durante su velatorio, un pastor que antes había sido mesero en un reconocido hotel, compartió cómo siempre tuvo palabras de ánimo y reconocimiento para ellos. Los impulsaba a estudiar y a salir adelante.
Era sencillo, trataba con el mismo respeto y consideración a presidentes y primeras damas que a los niños de una escuela en riesgo o a los empleados de tiendas, demostrando una nobleza que no hace distinciones.

El mayor legado que Ramón Armando Ponce Núñez deja a las nuevas generaciones, es un manifiesto sobre la pasión por el oficio: el trabajo debe disfrutarse y hacerse con amor, no por salir del paso.
Él amaba su cámara, la limpiaba con esmero, considerándola la herramienta más sagrada de su profesión. Priorizaba el detalle y la protección de quienes fotografiaba. Se consolidó como un reportero gráfico.
Quizá en vida no recibió reconocimientos formales, estampados en diplomas o pergaminos, pero el respeto y el cariño que le prodigaron quienes lo conocieron fueron el más alto galardón.

Sus familiares mantienen vivos sus ideales y su recuerdo es latente. El gremio debe recordar que la excelencia profesional siempre va de la mano con la nobleza humana.